lunes, 31 de agosto de 2009

La Cándida Eréndira


Eréndira se sintió mejor después del baño. Se había puesto una combinación corta y bordada, y se estaba secando el pelo para acostarse, pero aún hacía esfuerzos por reprimir las lágrimas. La abuela dormía.
Por detrás de la cama de Eréndira, muy despacio, Ulises asomó la cabeza. Ella vio los ojos ansioso y diáfonos, pero antes de decir nada se frotó la cara con la toalla para probarse que no era ilusión. Cuando Ulises parpadeó pro primera vez, Eréndira le pregunto en vos muy baja:
-Quién tú eres
Ulises se mostro hasta los hombros."Me llamo Ulises", dijo. Le enseñó los billetes robados y agregó:
-Traigo Plata.
Eréndira puso las manos sobre la cama, acercó su cara a la de Ulises, y siguió hablando con él como en un juego de escuela primaria.
-Tenías que ponerte en la fila- le dijo.
-Esperé toda la noche- dijo Ulises.
-Pues Ahora tienes que esperarte hasta mañana- dijo Eréndira-. Me siento como si me hubieran dado trancazos en los riñones.
En ese instante la abuela empezó a hablar dormida.
-Van a hacer veinte años que llovió la úlima vez -dijo-. Fue una tormenta tan terrible que la lluvia vino revuelta con agua de mar, y la casa amaneció llena de pescados y caracoles, y tu abuelo Amadís, que en paz descanse, vio una mantarrasa navegando por el aire.
Ulises se volvió a esconder detrás de la cama. Eréndira hizo una sonrisa divertida.
- Tate sosiego -le dijo-. Siempre se vuelve como loca cuando está dormida, pero no la despierta ni un temblor de tierra.
Ulises se asomó de nuevo. Eréndira lo contempló con una sonrisa traviesa y hasta un poco cariñosa, y quitó de la estera la sabana usada.
-Ven -le dijo-, Ayúdame a cambiar la sábana.
Entonces Ulises salió de detrás de la cama y cogió la sábana por un extremo. Como era una sábana mucho más grande que la estera se necesitaban varios tiempos para doblarla. Al final de cada doblez Ulises estaba más cerca de Eréndira.
-Estaba loco por verte -dijo de pronto-. Todo el mundo dice que eres muy bella, y es verdad.
-Pero me voy a morir -dijo Eréndira.
-Mi mamá dice que los que se mueren en el desierto no van al cielo sino al mar -dijo Ulises.
Eréndira puso aparte la sábana sucia y cubrió la estera con otra limpia y planchada.
-No conozco el mar -dijo
-Es como el desierto, pero con agua -dijo Ulises.
-Entonces no se puede caminar.
-Mi papá conoció a un hombre que sí podía -dijo Ulises- pero hace mucho tiempo.
Eréndira estaba encantada pero quería dormir.
-Si vienes mañana bien temprano te pones en el primer puesto -dijo.
-Me voy con mi papá por la madrugada -dijo Ulises.
-¿Y no vuelven a pasar por aqui?
-Quién sabe cuándo -dijo Ulises-. Ahora pasamos por casualidad porque nos perdimos en el camino de la frontera.
Eréndira miró pensativa a la abuela dormida.
-Bueno -decidió-, dame la plata.
Ulises se la dio. Eréndira se acostó en la cama, pero él se quedño trémulo en su sitio: en el instante decisivo su determinación había flaqueado. Eréndira le cogió de la mano para que se diera prisa, y sólo entonces advirtió su tribulación. Ella conocía ese miedo.
-¿Es la primera vez?- le preguntó
Ulises no le contestó, pero hizo una sonrisa desolada. Eréndira se volvió distinta.
-Respira despacio -le dijo-. Así es siempre al principio, y despúes no te das ni cuenta.
Lo acostó a su lado, y mientras le quitaba la ropa lo fue apaciguando con recursos maternos.
-¿Cómo es que te llamas?
-Ulises
_Es nombre de gringo -dijo Eréndira.
-No, de Navegante.
Eréndira le descubrió el pecho, le dió beitos huérfanos, lo olfateó.
-Pareces todo de oro -dijo- Pero hueles a flores.
-Debe ser naranjas -dijo Ulises.
Ya más tranquilo, hixo una sonrisa de complicidad.
-Andamos con muchos pájaros para despistar -agregó-, pero lo que llevamos a la frontera es un contrabando de naranjas.
-Las naranjas no son contrabando -dijo Eréndira.
-Estas sí -dijo Ulises-. Cada una cuesta cincuenta mil pesos.
Eréndira se rió por primera vez en mucho tiempo.
-Lo que más me gusta de ti -dijo- es la seriedad con que inventas los disparates.
Se había vuelto espontánea y locuaz, como si la inocencia de Ulises le hubiera cambiado no sólo de humor, sino también la índole. La abuela, a tan escasa distancia de la fatalidad, siguió hablando dormida.
-Por estos tiempos, a principios de marzo, te trajeron a la casa -dijo-. Parecías una lagartija envuelta en algodones. Amadís, tu padre, que era joven y guapo, estaba tan contento aquella tarde que mandó a buscar como veinte carretas cargadas de flores, y llegó gritando y tirando flores por la calle, hasta que todo el pueblo quedó dorado de flores como el mar.
Deliró varias horas, a grandes voces, y con una pasión obstinada. Pero Ulises no la oyó, porque Eréndira lo había querido tanto, y con tanta verdad, que lo volvió a querer por la mitad de su precio mientras la abuela deliraba, y lo siguió queriendo sin dinero hasta el amanecer.

La Increíble y Triste Historia de la Cándida Eréndira y de su Abuela Desalmada.
Gabriel Garcia Márquez.

Dedicado a ti mi amor, porque sólo nosotros sabemos cuanto y como nos representa esta historia. Te amo mi Cándida Eréndira.