domingo, 30 de junio de 2013

Nuestra realidad

A veces es sólo empezar lo que se necesita para convertir un pequeño copo de nieve en un gigantesco aluvión. Miro a mi alrededor y no logro detectar eso que antes veía, por momentos, pero lo veía. 
Cada día me levanto con los hombros sobre la espalda y el peso aplastante de una realidad que no termina. Me giro y te veo dormir inocente y niña, me muevo y pareces llorar, me atrapas con tus durmientes brazos deseando no volver a la realidad. Años antes te habría despertado a besos, esperando la furia de tu respuesta; años antes los despertares eran hermosos y cargados de sueños; años antes despertar era la oportunidad para hacer el amor una vez más, no es que ahora no tengamos deseos de aquello, para mí tu piel sigue siendo ese excitante y suicida precipicio que conduce a tus caderas, pero hoy las fuerzas son menos. 
La realidad, esa mancha al final de los sueños, ese compañero o vecina cargada de envidia, la mediocridad atando plomos para ahogarnos en ella y  no en nuestro propio caminar. La realidad nos envidia, nos ata, nos persigue y al parecer nos esta ganando. La realidad no es persona en sí, se disfraza de quiénes ya ahueco para poder manosearnos, para meterse entre nuestras piernas y pelvis, entre tus pechos y mi pelo, entre los besos, entre nuestro amor.
Sólo queríamos enseñar sumas de un nuevo mundo, historias para construir un futuro mejor, quisimos creer en el amor. La realidad es que todo lo anterior es privilegio de unos pocos, y tal vez esos pocos tampoco la tienen; somos esclavos de nuestras propias creaciones.
Hace poco lo conversamos y el techó se rasgó con un orificio pequeño al cual fuimos metiendo el dedo como niños curiosos, hasta sacar todo el decomural y encontrarnos con la verdad, con el mundo, con nuestra miserable realidad. 
Fue un simple comentario, pero hoy sabemos y nos damos cuenta como se convirtió en un gran aluvión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No lo haga, no deje de escribir, muero imaginariamente, se hace real si le leo. ¿Por qué sucede? ¿Por qué ellos sólo caminan? ¿Por qué el psiquiatra me mira? Corremos los mismos pasillos por los que nos arrastramos cada día. Muero, mueren mis ojos, mueren mis manos. La capilla que llora de tanto oír sollozos. ¿Por qué pensar? Si el pensar nos hace libres... El pensar me hizo darme cuenta que era prisionera... ¿Por qué? ¿Por qué no duermo? ¿Por qué más café, más pastillas, más pitos, más cigarros, más vodka? ¿Por qué el morir me mata, pero me hace sentir que estoy viva, cuando me hace sentir que muero?
Han de sacarme el corazón, han de hacerme daño, y usted seguirá con sus clases de historia de las que me despedí hace un par de años.